lunes, 14 de abril de 2014

Pregón Semana Santa Baena 2014

Desde la Hermandad de Jesús de la Ventana no queremos dejar de pasar la oportunidad de dar la enhorabuena a la Pregonera de la Semana Santa de Baena del 2.014, María Elena Lucena Delgado.

El Pregón estuvo cargado de armonía y sentimiento, muy bien escrito y haciendo un buen uso de nuestra lengua. Además, fue un pregón muy de Baena y de su Semana Santa con sus judíos, sus misereres, sus pasos, sus peculiaridades, etc.

Os dejamos un pequeño fragmento de dicho Pregón referido a nuestra Hermandad. Muchas gracias, Mª Elena por tan hermosas palabras.

Noche de confusión en la que el pueblo exigirá su muerte y unas manos infantiles, cual ángeles que profetizan la Pasión, nos anunciarán las últimas palabras de Jesús en la Cruz. Que ya caminando viene ese Cristo en su plena majestad mientras Pilato lee su sentencia por blasfemia. Jesús ha afirmado ser el Mesías, Hijo de Dios y Rey de los Judíos. Sin defensa ya posible, “como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” (Is, 53, 7).
 
¿Y quién de vosotros, baenenses, ha osado coronarle de espinas, escupirle de mofa, nombrándolo “rey”, abofetearle, abusando de su poder, y poner ese manto púrpura en su espalda bendita? Y decirme quién, a sangre fría, será el primero en gritar: ”¡crucifícale!”, viendo en su mirada esa bondad divina.

En los oídos de sus hermanos retumba la sentencia pronunciada y, con amor de madre, le mecen al compás de unos pies que se arrastran, se revuelven, se balancean, metáfora del bullicio que presenciará Pilato cuando tuvo que condenarlo, abandonándolo a su suerte. Y, al pasar a mi lado, siento de un anciano ese profundo lamento y me estremezco.

Ahí llegas, Ecce Homo, con tus manos
al pecho fuerte atadas sin clemencia,
triste por tu silencio y por la ausencia
de los que te siguieron como hermanos
 
Te meces, paso lento, entre lejanos
rumores que esclavizan tu inocencia
obediente tu rostro en la sentencia,
besando la traición de aquellas manos.

Y Pilato te observa, enmudecido
mientras la muchedumbre te condena
escupiendo mortífero veneno.

En tus ojos la luz brilla serena
mascullando un perdón desvanecido,
nacido del amor que hay en tu seno.

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